Fuente: Foto de la familia de Teresa Fornaguera Carulla. Impresión gráfica que su padre antropólogo Miguel Fornaguera Pineda (Barcelona 7 de enero de 1920 – Bogotá 7 de mayo de 1984) tomó conjuntamente con Roberto Pineda Giraldo (Antioquia 16 de agosto de 1919 – Bogotá 27 de julio del 2008), durante una expedición en la zona del Opón y Carare en Puerto Parra en el departamento de Santander en 1944.
En días pasados me publicaron en este mismo Suplemento un artículo sobre El exterminio de los ‘Yareguíes’.
Un lector interesado quien siempre escuchó hablar de los yariguíes creyó que el autor había caído en un error al emplear, a su juicio quizá por el uso generalizado de este vocablo y protestó pidiendo aclaración sobre la aplicación del término en este texto. Duda análoga habrán podido tener muchas otras personas; por ello, considero importante hacer claridad sobre la palabra empleada.
El término Yareguíes lo escribo con ‘e’ y no con ‘i’ por cuanto así lo redactaron con más regularidad los cronistas, en especial Fray Pedro Simón (1574-1630) y fue escrito con más frecuencia en las fuentes documentales de los diferentes fondos coloniales del Archivo General de la Nación; aunque es respetable, puesto que, este vocablo se conoce y se pronuncia más en nuestro medio con la ‘i’.
La anterior afirmación puede constatarse en “Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales, Tomo IV”, escrito por Fray Pedro Simón, Bogotá: Banco Popular, 1981, pp. 543-599. Simón entre los años 1580-1616, relata el proceso de resistencia de los Yareguíes contra los españoles; también fue testigo de las dos capturas de las que fue objeto Pipatón. De igual manera es empleada para referirse a “Salteadores Yareguíes” en el “Fondo de Historia Civil, Tomo 19” del año de 1618 en el Archivo General de la Nación de Bogotá. En este importante documento colonial se ordena con urgencia capturar y pacificar a los caciques Pancherico y Pipatón (véase folios 763r-v).
Es necesario aclarar que en el primer documento y artículo histórico que se conoció públicamente sobre los Yareguíes, el término en mención apareció escrito con la vocal “i” por el historiador Enrique Otero D’Costa, en el periódico El Tiempo en el año de 1936. “Barrancabermeja, un Pedazo de Historia Nacional”, el 31 de diciembre (edición especial de año nuevo). En una parte del artículo, Otero afirmó que los indios Yariguíes eran en “extremo belicosos, valientes sin medida, audaces, porfiados en sus guerras, astutos e inteligentes”. A la vez, construyó un verso dedicado al famoso e insigne cacique Pipatón y su princesa Yarima. Describió el fenotipo de este legendario e histórico personaje como un “indio de gallarda presencia, algo membrudo, rostro imponente, de sutil y delgado ingenio, y muy caviloso y astuto”…
Ahora bien, teniendo en cuenta que toda lengua en uso se transforma y que más de quinientos años son tiempo suficiente para que una lexia adquiera transformaciones producto del acomodamiento y la facilidad lingüística; es factible que este cambio en el fonema ‘e’ corresponda a este criterio.
Sin embargo, busqué otros conceptos, otras fuentes para que la duda no continúe persistiendo.
María Stella González de Pérez, dice que “a los Yarikíes o Yarekíes también les dicen Yariguíes, que la diferencia vocálica i/e o consonántica k/g, posiblemente se deba a una variante dialectal de esa lengua, pudo ser que algunos pronunciaran con ‘i’ y otros con ‘e’, al igual que algunos pronunciaran con ‘k’ y otros con ‘g’, pero esa variación no tiene ninguna incidencia sobre el significado de la palabra, al igual como sucede en el español y en otras lenguas”.
Por su parte, Hortensia Estrada Ramírez, lingüísta e investigadora del Instituto Caro y Cuervo me comentó en entrevista telefónica que “los cronistas de esa época interpretaban los sonidos de las lenguas indígenas de una u otra manera, es decir que algunos los anotaban con ‘i’ y otros con ‘e’ porque así les parecía escucharlos, pero seguramente no era ‘i’ ni ‘e’, sino una ‘i central’, o una ‘e abierta’, etc., etc. De todas maneras, sea variante o en su defecto interpretación de los cronistas, ese cambio vocálico o consonántico no son un rasgo relevante que implique ninguna diferencia”.
Espero haber hecho los aportes necesarios de aclarar esta inquietud entre los lectores y sea el momento propicio para reivindicar el término en su acepción más antigua. ¡Pipatón vive!